Europa es como una gran empresa que, tras décadas de éxito, se ha dejado llevar por la inercia y la complacencia. En la segunda mitad del siglo XX se construyó, basada en el consenso y el equilibrio entre libertad y justicia, una estructura social y económica robusta, que combinaba estabilidad con crecimiento, innovación con protección, competitividad con cohesión social.
Esa Europa funcionó durante décadas porque se basó en un liderazgo fuerte y en una visión compartida de progreso. La socialdemocracia y la democracia cristiana, sus dirigentes, entendieron que la clave de la prosperidad, como en cualquier otra organización, no estaba en la ausencia de conflictos, sino en la capacidad de gestionarlos con inteligencia, lo que requería pactos, reformas graduales y, sobre todo, responsabilidad.
Pero al igual que en algunas empresas, tras una primera generación brillante, la siguiente pierde su misión, de tal forma que Europa ha dejado liderar su destino a seguir el que le marcan. Se ha impuesto el cortoplacismo, la mediocridad ha suplantado al talento y las decisiones difíciles se postergan indefinidamente. Nuestros dirigentes han preferido evitar la verdad antes que enfrentarla. Así, han convertido a la ciudadanía en “empleados” desmotivados, que han perdido la fe en el proyecto y buscan salidas individuales (euroescépticos) en lugar de soluciones colectivas. El resultado es predecible: una estructura que se debilita, un liderazgo sin rumbo y una plantilla —es decir, la sociedad— cada vez más dividida y desconectada del propósito original.
El golpe de realidad ha llegado. Ahora descubrimos que habíamos subcontratado nuestra seguridad, nuestra energía, incluso nuestra capacidad industrial. Europa, como una empresa que ha subcontratado el core de su negocio, se da cuenta, cuando el subcontratista cambia las condiciones, que no controla su propio destino.
Pero no está todo perdido si se actúa con inteligencia, se redescubren sus fortalezas, valores y esencia, dejamos de buscar respuestas fáciles a problemas complejos y se avanza al futuro con el coraje para afrontar sacrificios. ¿Tendremos la determinación de hacerlo o seguiremos esperando a que lo resuelva por nosotros?